Acueducto romano de Santo Tomé
EL ACUEDUCTO (I parte)
En el verano de 1989 tuve la agradable sorpresa de descubrir el acueducto de Santo Tomé. Digo y escribo la palabra “descubrir” teniendo en cuenta que las personas que cultivaban en los alrededores sabían de su existencia, pero ocurre como con el descubrimiento de América (pongo este ejemplo por conocido, no por similitud, por supuesto), que las personas que allí vivían sabían que vivían en su tierra; pero escribo descubrir en el sentido de dar a conocer al público algo que no se sabía, algo que se ignoraba, y en ese sentido entra de lleno en el significado de la palabra descubrir.
Había tenido conocimiento, por personas que labraban la tierra de los alrededores, de la existencia de un puente, pero no me llamó demasiado la atención y pospuse la visita para el verano, concretamente para el mes de julio del 89.
La verdad es que esperaba ver un puente, pero no es imaginable la cara de asombro y satisfacción que puse, al unísono, cuando lo vi por primera vez: dejé la carretera y me puse a andar hacia el río siguiendo el cauce del arroyo casi seco, y al bordear una pequeña loma ..., allí estaba. ¡ Dios mío, esto es un acueducto!. Me quedé como petrificado contemplándolo desde arriba, con la boca abierta y sin saber qué pensar. Llevaba allí cientos de años y nadie había dicho o escrito nada sobre la existencia de aquel acueducto.
Pasado el primer momento de sorpresa bajé y crucé varias veces el arroyo, por encima del acueducto, como queriendo inconscientemente asegurarme de que era real, de que no estaba soñando. Tomé algunas medidas y le hice varias fotografías, como queriendo atraparlo con la cámara por si al día siguiente ya no estuviese allí. Después, más sosegado, pensé que si había un acueducto lo lógico sería que más arriba hubiera existido una presa. ¿Se conservaría aún? ¿Habría restos arqueológicos, al menos, que delatasen su presencia? ¿Lo encontraría?
Me puse en camino con la esperanza de poder constatar alguna posibilidad, aunque si no encontraba nada ya me daba por muy satisfecho con el descubrimiento del acueducto. Era demasiado.
Llegué hasta el siguiente arroyo, bajé hasta el mismo río, y ... ¡Cielo santo! ¡Es increíble!. Estaba allí. No había duda.Me encontraba ante la presa del acueducto. El río había desviado su cauce, pero un pequeño brazo de agua transitaba por aquel lugar, ocultando casi totalmente la presa, que por algunos puntos sobresalía unos centímetros por encima del nivel del agua, y que al ser limpia y trasparente permitía hasta unos veinte centímetros por debajo del nivel. Hice unas fotos tomando referencias, pues temía que con el paso del tiempo se terminase por cegar, como así ha sido, pero en parte me alegro, ya que lo que ha hecho la Naturaleza ha sido enterrarla para su mejor conservación. En visitas posteriores me ha dado la impresión de que estaba esperando que alguien la fotografiase para dejar constancia de su existencia, y enterrarse para que futuras generaciones puedan estudiarla con más medios científicos y económicos.
Volviendo al acueducto, verdaderamente no tiene ni punto de comparación con el acueducto de Segovia ni a escala, pues únicamente tiene un ojo y no está construido con materiales tan grandiosos, pero no deja de ser nuestro acueducto.
No he querido hacer público antes este hallazgo temiendo por su conservación si llegaba al conocimiento de personas desaprensivas respecto a vestigios históricos-arquitectónicos, pero también he pensado que a muchas personas le gustaría saber que lo tenemos que tenemos, y contemplarlo. El siguiente paso será hacer la solicitud para que se le declare como bien de interés cultural.
Publicado en “Con sabor a pueblo”, nº 15, Abril de 1993
Revista del Centro Municipal de Educación de Adultos
Santo Tomé (Jaén).
EL ACUEDUCTO (II parte)
Tras la conquista de Hispania y durante el período de romanización, uno de los objetivos principales perseguidos por Roma era la concentración de la población en núcleos urbanos. La diseminación que hasta ese momento se daba en las poblaciones de la mayor parte del territorio de la Península suponía una dificultad añadida al control efectivo del territorio pretendido por los romanos. La expansión de la vida urbana se dio en la época de la conquista (República) y en los siglos I y II (Alto Imperio) y trajo consigo la concentración, tanto de la población indígena como de los nuevos colonos romanos, en estas nuevas ciudades que se convirtieron en centros administrativos, políticos y económicos. Para atraer la población a la ciudad se llevó a cabo la ordenación del territorio de la misma, territorio que incluía tanto el urbano como el destinado a las labores agro-ganaderas. Dentro de la creación de las infraestructuras para la ciudad, uno de los más importantes apartados lo constituye el de las obras públicas, dentro del cual podemos incluir el de la creación de estructuras hidráulicas encargadas de abastecer de agua a los asentamientos urbanos. La construcción de acueductos, presas, etc., fue una de las tareas primordiales que los arquitectos romanos debieron llevar a efecto.
En este marco es donde podemos encuadrar el descubrimiento hecho por D. Antonio Ceacero Hernández en el mes de Julio de 1.989. El acueducto descubierto se encuentra a 4 km. De la villa de Santo Tomé, próximo al cauce del río Guadalquivir. Aunque la falta de restos asociados dificulta su ubicación temporal, nos atreveríamos a datarlo en la época romana, período de amplia presencia en la zona, como lo atestigua el tesoro de monedas encontrado en una de las viviendas de la población, de forma accidental por unos conejos que excavaban sus madrigueras. La constante reutilización de las estructuras hidráulicas, debido a su funcionalidad e importancia para la población, ha hecho que su uso se prolongue hasta fechas recientes, con lo que suponemos que cualquier desperfecto que sufriera sería subsanado con urgencia en el momento en que se produjera, con la consiguiente mezcolanza de materiales que conforman actualmente la estructura de este acueducto que salva el desnivel existente entre dos pequeñas colinas. Así, esta mezcolanza de materiales hace que el arranque de su único arco esté formado por dos grandes bloques de piedra; el arco de medio punto que forma, está compuesto por pequeñas lajas de piedra, y el resto de la construcción por cantos rodados unidos con argamasa. Aún es visible por sus dos extremos la continuación de la canalización de agua. Dicha canalización se puede conectar, siguiendo al nordeste durante un km., con la estructura de una presa que se halla en el mismo cauce del río, aunque se encuentra cegada por los materiales transportados por la erosión, a pesar de lo cual existe una evidencia fotográfica de la misma.
En definitiva, se trata de uno más de los numerosos restos arqueológicos que jalonan el Valle Alto del Guadalquivir. De la concienciación de todos depende que nuestro patrimonio cultural se conserve y no caiga en manos de desaprensivos que sólo buscan el enriquecimiento personal y en esquilmar unos bienes de los que todos tenemos derecho a disfrutar, pues forman parte de nuestro pasado y están unidos indisolublemente a nuestra historia.
Antonio Molina Estudillo
Publicado en “Con sabor a pueblo”, nº 16, Diciembre de 1993
Revista del Centro Municipal de Educación de Adultos
Santo Tomé (Jaén).
Principales editores del artículo
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