Anecdotario Valdepeñero " Quien no te conozca que no te compre "

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Anecdotario Valdepeñero " Quien no te conozca que no te compre "


Emiliano P. Herrera Redondo

Nos cuenta nuestro buen amigo y paisano Manuel Jiménez Escabias, residente en Jaén, pero con casa en Valdepeñas donde pasa largas temporadas, que su mucha afición a los pájaros le llevó a encapricharse de un loro que exponían en una renombrada pajarería de Jaén, y lo compró. Era un enorme «Yago», de la familia de los «Psitácidas», de variopinto plumaje entre rojo, amarillo, verde, violeta y negro, y descomunal pico.

Desde el primer momento se mostró arisco, poco dado al trato y zalamerías de los humanos, respondiendo siempre con inusual violencia, intentando picar con su corva nasal al que se atreviera a introducir sus dedos entre los barrotes de la jaula.

Aparte de su envergadura y llamativo plumaje, pocas gracias tenía el loro, pues no silbaba ni intentaba repetir las palabras que el paciente Manuel se empeñaba en enseñarle.

Un descuido de nuestro hombre hizo que el pájaro le propusiera un tremendo picotazo en un dedo, y ante el cariz de la herida acudió al servicio de urgencias del hospital para que se la curaran.

Cuál sería su sorpresa que, cuando comunicó en la recepción el origen de la herida, fue requerido inmediatamente a consulta, aunque la sala de espera se hallara repleta de pacientes que habían acudido antes que él. Según parece, las heridas de este tipo pueden presentar cierta gravedad, debido a un "mucus" venenoso existente en el pico de estas aves.

Este hecho decidió a Manuel a deshacerse del maldito loro ; para ello acudió a la tienda de animales instalada en el complejo comercial "La Loma" de nuestra capital.

Alegando que el loro era muy grande y ocupaba su jaula mucho espacio en el reducido salón de su casa, logró canjearlo por un lorito, pequeño y nervioso; y, en apariencia, más sociable que el pajarraco que allí dejaba.

Al cabo de cierto tiempo, desazonado e intrigado por el paradero que podía haber tenido su "querido" loro, acudió de nuevo a la tienda donde lo había dejado, y, pasando disimuladamente entre jaulas de peceras y acuarios, comprobó que allí continuaba el vil animal; hermoso y altanero, como desafiando a clientes y curiosos.

Al llegar a su altura se le ocurrió comentar delante de la atenta dependienta, y dirigiéndose al loro:

-Bonito loro, parece que silba; puede que pronto se suelte a hablar.

La dependienta, entre indignada y socarrona, le contestó:

-Pero, Manuel, ¿no conoce usted a ese loro?

¿No le conoce?:


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