Gastronomía de Peal de Becerro

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Era costumbre de antaño que los pealeños que acompañaban en romería a San Marcos hasta la cercana Toya, fueran obsequiados por la hermandad del santo evangelista con una "gachamiga", teniendo ésta entonces el carácter de comida comunal festiva en la que participaban todos los asistentes. Es éste un plato farináceo en el que después de cocer mucho la harina y las patatas juntas, y sobre todo tras mucho volteo en la sartén con la intención de que pierdan la humedad, se obtiene una torta dorada y compacta que suele acompañarse de unos chorizos, algunos trozos de panceta, unos pimientos fritos, e incluso unas tajadas de melón.

Lo que en otros lugares de la geografía provincial se conoce como andrajos, harapos, guiñapos o calandrajos, por lo mucho que recuerdan las porciones de masa de la que están hechos, en Peal de Becerro, como en casi todos los pueblos de la comarca, reciben el nombre de "talarines" -apuntándose "tela de harina" como el origen etimológico más probable de su denominación-. Esta masa se hace hervir en un guiso caldoso que contiene fundamentalmente un sofrito de tomate, ajo, cebolla y un pimiento rojo seco, y carne de caza menor -ya sea conejo o liebre- o pescado, como el bacalao, al que suele acompañarse con almejas, pero siendo imprescindible en cualquier caso el que se aromatice con hierbabuena.


Apreciado fue en otros tiempos, más que ahora, el "ajoharina", otro guiso farináceo que se elabora con aceite de oliva, harina, patatas, pimiento verde, tomate, ajos machacados y pimentón dulce. Los árabes llamaron "sajina" a un guiso parecido a éste, al que incorporaron, en el andar del tiempo, aceite de oliva amasado con harina y verduras, denominándolo entonces "ásida".


Plato no menos peculiar y sabroso es el llamado "rin-ran", un puré de patatas cocidas con unos pimientos choriceros, que se aliña con aceite de oliva, vinagre, sal, ajos y si se desea con cominos, siendo decorado con trozos de huevo duro, tirillas de bacalao, y pedacitos de cebolla o cebolleta.


Dentro de la repostería y la dulcería casera, en el recuerdo quedan las "tortitas de San Antón", las cuales se preparaban para la festividad del santo abad y se hacían con masa de pan, dejándola fermentar con sal y bicarbonato a modo de levadura, y friéndolas después en aceite muy caliente y espolvoreándolas luego con azúcar, o bañándolas en miel de caldera, según fueran las posibilidades económicas de cada casa. Muy curiosa es la "torta de cañamones" de Peal, del tamaño de una galleta y elaborada con una pasta de harina y agua que se amasa con aceite y cañamones y que, una vez fermentada, se cuece en el horno.


En la actualidad se siguen haciendo los "retorcíos", con igual masa que la utilizada para los roscos de sartén, pero de forma alargada como una trenza. Para Navidad se elaboran los llamados "mantecados de puñetazo", denominados así porque la masa es aplastada con un golpe del puño, para después poder ser cortados en círculos con la boca un vaso y cocidos en el horno. Para las fiestas de la patrona y otros festejos importantes se siguen haciendo los "roscos de baño blanco", herencia de la repostería morisca que aún perdura. Para la Candelaria se preparan unos roscos de aceite que se enlazan en ramilletes de varias unidades, así como figuras de palomitas decoradas con anisados. Se elaboran también los "mostachones", cuyo nombre probablemente proviene de los "mustacos romanos" (del latín "mustaceum"), y que hace referencia en su origen a la torta de harina amasada con el mosto del vino ("mustaceus") y laurel, con la que los romanos agasajaban a sus invitados cuando se marchaban, y que ha pasado a ser sinónimo en nuestra lengua de cualquier bollo o torta, lleve o no mosto de vino, hecho con harina, o pasta de almendra, azúcar y canela.

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