La Muerte del Pintor

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Un día de verano, con apenas seis años, Miguel decidió que quería ser pintor. Cogía maderas, telas y pinturas y barcos con paisajes rocosos; flores y animales fueron sus primeros temas. Muy pronto, las noches calurosas de Huesa le llevaron por un camino escarpado, colina arriba, hacia el castillo de todos los sueños. La luna lo iluminaba y las nubes, siempre presentes, anunciaban días de lluvia que los árboles agradecían. Los bosques extendían sus ramas hasta los más remotos confines del alma. Miguel era feliz y no comprendía, en aquel momento, que en su vida pudiera habitar la tristeza. Desde entonces cogió sus pinceles, pinturas y telas y trabajó sin descanso. Largas noches de insomnio buscando el color de las nubes, o buceando en el fondo del mar para traer los azules más intensos. Lápices de colores, acuarelas, óleo, papel, madera y lienzo construyeron castillos en las laderas de grandes montañas, o acariciados por ríos serenos, o en las llanuras de pueblos tranquilos, o cerca del mar donde habitan los peces de colores, o subidos en las alturas donde sólo los valientes y los soñadores son capaces de llegar. El verde para los prados, el amarillo para acariciar hasta lo más pequeño, el azul para las nubes y el mar, el rojo para los besos y los tejados que se sonrojan cuando el sol los despierta, el naranja para la luz del atardecer; pero nunca el negro, que trae la noche, la tristeza, el silencio, la ceniza de los árboles muertos a manos del fuego. Un día, al despertar, el cielo estaba gris y triste porque todos los bosques habían sido quemados, las aguas de los ríos envenenadas, las flores muertas por espadas encendidas, los pájaros yacían, sin vida, en los balcones y aceras, y los niños lloraban por tanta desolación. Miguel frotó sus ojos al creer que todo aquello era una pesadilla, pero era real. La destrucción que los hombres habían buscado, llegó de repente y sin llamar a la puerta. Días y días habitaron las lágrimas en los ojos de Miguel; él, que tanto amaba la Naturaleza y que tantas veces la había pintado, comprendió que ya nada tenía sentido y deseó emprender el viaje de los árboles y las aves. No podía soportar tanta tristeza, tanta soledad y tanta rabia por la estupidez humana, pero las hadas, que durante tanto tiempo habían protegido las cosas más hermosas y sencillas de la Tierra, lo impidieron suplicándole que no eligiera el camino de la muerte, pues él era la única persona en la Tierra capaz, con ayuda de la magia y de los sueños, de recuperar el principio de la vida y darle con ello una última oportunidad al hombre. Para ello, había que hacer un pequeño sacrificio o quizás no tan pequeño, pues el pintor que habitaba en él debía morir y dedicar el resto de su vida a arrancar de sus cuadros los lugares, árboles, nubes y flores y convencer a las personas de lo delicado de la situación y evitar que los destruyeran una vez más. Fueron muchos años de esfuerzo y sacrificio, de tristeza al ver que los lienzos quedaban vacíos, pero a la tristeza le seguía la alegría de los nuevos paisajes, de las nuevas flores y ríos llenos de peces que cubrían espacios devastados. El pintor se sintió inmensamente feliz y orgulloso de sí mismo. Pensó que todas las horas, los días, meses y años que había dedicado a pintar a lo largo de su vida tenían ahora el valor incalculable de las cosas que no tienen precio. Todo lo que había dejado en el camino era insignificante comparado con la oportunidad de ser el elegido para salvar a la Naturaleza. Miguel no dejó de trabajar ni un solo instante y hasta el final de sus días algo le entristeció y fue el no haber pintado más y más para que todo, incluso las cosas que no se pudieron recuperar, hubieran podido estar allí, como si nada hubiera ocurrido. Espero que la muerte del pintor nos haya servido de algo a todos y que al contemplar sus cuadros, apenas rozados por suaves manchas de color o completamente desnudos, seamos capaces de ver más allá, pues allí habitaron los peces que hoy nadan en los ríos, las flores de los prados y siempre, cerca del cielo, al lado de las nubes, hermosos castillos de torres rojas que presumen de sus estandartes azules cuando galopan incesantes a lomos del viento. Más abajo su nombre y una fecha. ¡Todo un legado! ¡Hasta la vista!

Huesa Agosto 2006

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