Recuerdos: El aviso
Recuerdos: El aviso
Antonio Gallego Estepa
Es de madrugada. Aún no se ven apuntar las claras del día y por la calle abajo se ve avanzar un bulto que por la forma se supone es una mujer, el cual llega a una casa, se para y con la mano da dos fuertes palmadas sobre la puerta, mientras dice a continuación: EL AV.I.. SO. Luego se vuelve y, andando sobre sus pasos, se pierde en la oscuridad de la noche.
Las dos palmadas que dieron en la puerta y la voz del que llamó diciendo: EL AVI.. I..SO es seguro que despertaron a la mayoría de los vecinos que estuvieran durmiendo, dada la hora que era.
Y ustedes dirán: ¿Qué indicaban las dos palmada que dio aquella mujer (porque era mujer) y la voz diciendo EL AVUSO a aquellas horas ?
Para el que tenga muchos años, como yo tengo, es fácil saber lo que indicaban. Para los que sean jóvenes y no lo sepan se lo explicaré a continuación. Voy a decirlo:
La mujer que dio las dos palmadas y la voz era hornera, es decir, tenía un horno de pan cocer y lo que hacía era indicarle a quien vivía en la casa que era hora de que se pusiera a amasar la harina para hacer el pan.
En los tiempos actuales es muy cómodo llegar comprar el pan en los puestos de compra e incluso te lo sirven a domicilio; pero en los tiempos de mi niñez la cosa era muy diferente.
Había en aquella época unos quince o más horno ven el pueblo de Valdepeñas de Jaén y las familia que disfrutaban de una posición mediana hacían el pan que consumían, ellas mismas, ya que de aquella manera les salía más económico que si lo compraban, no siendo así las familias acomodadas, ya que algunas lo compraban a diario y la mayoría eran propietarias de hornos y diariamente lo tomaban por la renta. Las familias pobres o más humildes, ni que decir tiene que ni lo hacían ni en muchas ocasiones lo podían comprar.
Mi familia se encontraba entre las nombrada en primer lugar, por lo que era mi madre la que amasaba.
Aún hoy lo recuerdo, a pesar de haber pasado tantos años, y parece que estoy viendo a mi madre con un pañuelo blanco y liado sobre la cabeza, arremangada hasta más arriba de los codos, un mandil también blanco atado a la cintura y colocando en la lumbre agua a calentar, en una lata a la que se le había tapado alguna raja con un parche de higo seco.
Mientras e! agua se calentaba mi madre cernía la harina con un cedazo que deslizaba en un movimiento de vaivén sobre unas barandillas de madera colocadas en una artesa de pino, de una sola pieza y en la que caía la harina ya separada del salvado.
Luego hacía un hoyo en la harina y echaba el agua ya caliente en e! hoyo. Cogía la levadura que tenía guardada de la vez anterior o había pedido a alguna vecina y la disolvía en el agua.
Hecho esto iba moviendo suave mente el agua mezclándola con la harina hasta que se hacía una masa ya espesa, a la que se seguía echando harina poco a poco hasta que se hacía una masa ya más dura, echando harina puñeando una y otra vez, durante un buen tato, hasta que ella veía que la masa estaba bien hecha. Después cogía la masa en dos o tres trozos y los echaba en una canasta blanca, de mimbre, a la que había puesto antes un lienzo o cernadero. Volvía a echarle otra poca de harina a la masa a fin de que esta no se pegase al lienzo y con la mano abierta y el canto de la mano apretado sobre la masa marcaba una cruz mientras decía: CRECE MASA; COMO LA VIRGEN MARÍA CRECIÓ EN GRACIA. Padre Nuestro que estás en los Cielos... etc., etc.
Después doblaba el lienzo o cernadero tapando la masa y si era tiempo de frío cubría la canasta con una manta de lana, o bien la ponía cerca de la lumbre a fin de que la masa fermentara mejor.
Pasada media hora, poco más o menos, mi madre cogía la canasta con la masa, se la ponía sobre la cadera y sujetándola con una mano se iba al horno con ella llevando en la otra mano un poco de harina en medio celemín, de madera, llamado así porque esta era su cabida.
Llegaba al horno, donde ya había otras parroquianas que habían llegado antes, y dejaba la canasta caer sobre un hermoso tablero de nogal, de una sola pieza, de tres metros de largo aproximadamente por uno de ancho y de diez a quince centímetros de grueso.
Mi madre vaciaba el contenido de la canasta, esto es, la masa, no sin antes haber rociado un poco de harina sobre el tablero para que no se pegase. Esta al caer se deslizaba silenciosamente sobre la superficie, lo que obligaba a mi madre a tener que echar mano alguna que otra vez a fin de que no cayese al suelo.
Hecho esto fue cortando pedazos de masa y pesándolos en una balanza de brazos largos de los que pendían dos platillos de metal colgados con cadenas. Luego cogía los trozos, de dos en dos, y echando harina sobre el tablero y tomando uno en cada mano los hacía rodar suavemente oprimiéndolos sobre la harina una y otra vez, haciendo con ellos un a especie de bola llamada boronda, a la que se iba colocando en otro tablero y cubriéndola con un lienzo, donde se dejaba.
Mientras tanto el hornero o persona entendida en aquello iba calentando el horno, introduciendo en él la leña , o barda, consistente en" támaras de encina, chaparros, coscojas, etc. procedentes de la limpieza y desbroce de los montes y cuando él consideraba que el horno estaba a punto, cosa que conocía sin necesidad de ningún aparato pirométrico, ya que no existía en aquel entonces, comunicaba a las pujareras o parroquianas que se pusieran a traer los panes para meterlo en el horno.
He de decir que antes de que el horno estuviera en el punto máximo de calorías se solía meter lo que se llamaban pan de calda, que eran piezas de pan más pequeñas , como tortas, roscas, hornazos, ochíos y otros.
Dicho esto , y continuando en lo de antes, digo que a la indicación del hornero las mujeres iban llevando sus pan es en masa, no sin antes haberle puesto a cada pieza su marca o señal correspondiente, que casi siempre consistía en las iniciales del nombre de su dueño.
Los panes se ponían sobre la pala, casi siempre de dos en dos, y el hornero los iba metiendo en el horno no si antes hacerle a cada un o, con un cuchillo, cuatro cortes a cada pieza, igual que se hace hoy. No puedo dejarme en mi tintero que algunas veces y por deseo del cliente se les hacía un solo corte diametral ya otros ninguno. A estos últimos se les llamaba pasas. Otros se hacían en forma de carrucha, rodando la masa sobre el tablero y oprimiéndola con el canto de la mano. Se les llamaba a estos panes panes heñíos.
Una vez los panes metidos en el horno este se tapaba con una puerta de chapa de hierro. De vez en cuando el hornero movía la puerta hacia un lado a fin de ver cómo iba la cochura y metiendo la pala cambiaba algunos panes de sitio porque la cocción de los mismos no iba como era su deseo.
Recuerdo que sacaba los panes a la puerta del horno y mojando un paño en agua se lo pasaba por la cara y los volvía a meter.
Poco rato después quitada la puerta y comenzaba a sacar los panes con la pala,a dos, a tres, a uno, según podía y los iba dejando sobre un tablero grande de donde las mujeres los iban cogiendo y echando cada una los suyos en la misma canasta que les sirvió para tratar la masa.
Cogiendo la canasta y colocándosela en su cadera las mujeres se llevaban sus panes a su casa, no sin antes haber pagado al hornero la paya, o renta, con que se pagaba el servicio prestado.
Ya en casa el pan era metido en un a orza grande a la que se ponía sobre la boca un paño con su tapadera encima para preservarlo del aire. De esta forma el pan se conservaba hasta diez días en un estado perfecto, rico y suave al comerlo, supliendo más y dice, que alimentando más que recién hecho.
Ya acabo. Creo que hay bastante con lo he dicho. Perdone el lector las faltas que encuentre y le digo que para lo que he escrito ni he preguntado ni he consultado a nadie. Todo es producto de mi memoria y de mi imaginación. Y ya está.
Jaén, Diciembre 2001.
http://www.lugia.es/lugia/modules.php?name=Content&pa=showpage&pid=23 PÁGINA. 52-54
Artículo de lugia.
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