Santa Elena descubridora de la Cruz de Jesucristo

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Abnegada, la educación que le proporcionó a su hijo, el Emperador Constantino, posibilitó la conversión del Imperio Romano al catolicismo. Por su labor caritativa fue canonizada en el siglo IX. Constantino el Grande fue el primer Emperador romano que asumió el cristianismo como única religión de un Imperio que había perseguido a los feligreses de Cristo durante tres siglos, seguramente su mandre, futura Santa Elena, tuvo mucho que ver en esta transcendental decisión. A decir verdad, sabemos m uy poco sobre el origen natal de esta figura sagrada de la Iglesia Católica. Las fechas más fiables de su nacimiento oscilan entre 248- 250 d.C , y el lugar más probable sería Depranum, localidad de Bitinia( sur de Rusia que baña el Mar Negro). Otros exégetas anglosajones aseguran que vino al m undo en la ciudad de York, uno de los centros neurálgicos de la antigua Britania. Según esta última versión, Elena se nos presenta como hija del rey británico Coel, aunque esta historia carece de rigor. Sin embargo, parecen más documentadas las estimaciones de importantes investigadores católicos, los cuales mantienen que n uestro personaje se dedicaba a la hostelería ayudando a sus padres en una venta y sirviendo a la multitud de viajeros que transitaban por la zona. Elena era muy hermosa y dulce en el trato, virtudes que no pasaron desapercibidas para el magister militum Constancio, apodado Cloro por su tez pálida y lechosa. El militar quedó prendado de la joven, por entonces todavía pagana, y no tardó en contraer matrimonio con ella. Constancio era el hombre de confianza del Emperador Maximiano y éste, en medio de conjuras y reveses bélicos, le vinculó al trono imperial con la condición de que repudiase a Elena en beneficio de su hijastra Teodora. Por entonces, Constancio ya había ejercido cargos de tribuno y petor de Britania y el 27 de Febrero de 274 tuvo un primogénito, al que llamaron Constantino, fruto de su relación con una desolada Elena. Porque, aunque sentía profundo amor por su esposa, no pudo resistirse a la tentación del poder, accediendo a la petición de Augusto y situándose en posición inmejorable para regir los destinos de Roma con un vástago en primera línea de sucesión. En el 292 d.C , el pequeño Constantino fue arrebatado de los brazos de su madre para ser educado, siempre cerca de su progenitor, en las estancias palatinas de Roma. En los siguientes 14 años se reveló como un magnífico estudiante versado en diferentes disciplinas académicas y ciertamente dotado para la estrategia militar. En 306 falleció Constancio siendo sucedido por su hijo, quien sin dilación mandó llamar a Elena, su querida madre, concediéndola todo tipo de agasajos así como el título de Augusta. Desconocemos si en este tiempo la futura santa ya había abandonado las prácticas paganas. En todo caso, abrazó el cristianismo e influyó seriamente en la personalidad y en las creencias de su hijo. En octubre de 312 d.C, se produjo un famoso suceso considerado como milagroso. Ocurrió antes de la decisiva Batalla del Puente Milvio en la que Constantino debía enfrentarse a Majencio, un poderoso enemigo que optaba como tantos otros al trono imperial romano. La leyenda cuenta que la noche anterior al combate Jesucristo se apareció al emperador indicándole como debía inscribir las siglas de su sagrado nombre en los estandartes de guerra. A esto se sumó una visión de la cruz superpuesta en el sol con un lema: in hoc signo vinces( con esta señal será el vencedor). Estos signos prodijiosos espolearon al emperador y con más ardor que nunca consiguió derrotar a sus oponentes en las m ismisimas puertas de la ciudad eterna. El senado romano aclamó el triunfo de Constantino proclamándole primus augustus. Fue el paso definitivo en el camino hacia la conversión religiosa del gran Imperio. Un año más tarde se promulgó el Edicto de Milán por el que cesaba la persecución de los cristinamos, mostrando una total tolerancia a su culto. Mientras tanto Elena, ya septuagenaria, seguía entreagada en cuerpo y alma a diversas acciones de caridad y amor con los más necesitados. En el 326 d.C, se encontraba junto a su hijo en Bizancio- la capital romana de Oriente- cuando le confesó una evidente necesidad espiritual por acudir a la llamada Tierra Santa. Constantino, quien había cambiado el antiguo nombre de la ciudad por el de Constantinopla, accedió a la petición materna y ordenó disponer lo necesario para el viaje. Elena llegó a Jerusalen y sin pausa se puso a la tarea de encontrar las grandes reliquias que estuvieron en contacto con Jesucristo. Indagó entre cristianos y judíos, y un tal Judas le indicó el lugar donde se hallaban enterradas las tres cruces donde fueron ejecutados Jesús y los dos ladrones que le acompañaron en el calvario. Tras algunas excavaciones se localizaron los maderos y, para mayor acreditación sobre la autenticidad de los mismos, se recurrió a la prueba final de colocar a una moribunda cristiana sobre ellos. Finalmente, la enferma sanó al entrar en contacto con una de las cruces, determinandose que esa era la Veracruz( verdadera cruz de Cristo). Elena agotada pero satisfecha, mandó seccionar la madera en tres fragmentos: uno quedó en Jerusalen, otro fue enviado a Constantinopla, mientras que el último viajó a Roma para ser albergado en una basílica, rodeada de muros imperiales, que desde entonces llevaría el nombre de Santa Cruz de Jerusalén. La fructífera expedición concluyó con éxito y la anciana pudo regresar junto a su hijo para morir en sus brazos el 330 d.C. Posteriormente sería canonizada en el siglo IX siendo el 18 de Agosto elegido para su veneración por la iglesia católica.

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