José Augusto de Ochoa y Montel
José Augusto de Ochoa y Montel, militar y escritor. Nacido en La Guardia de Jaén. nacido en 1808, fallecio en 1871 en Jaén. Casado con Doña Emilia klaeguer y García de Cereceda.
Hijo del militar Cristóbal de Ochoa y Vilchez, natural de La Guardia de Jaén, y de Francisca de Montel, natural de San Sebastián, tuvo otro hermano, político y también escritor, llamado Eugenio de Ochoa y Montel, igualmente escritor romantico. José Augusto de Ochoa, Escribió las obras literarias con una técnica muy depurada, como El huérfano de Almoguer, y Don Beltrán, recopilaciones de leyendas medievales, esta última muy relacionada con leyendas de La Guardia de Jaén, localidad de la que sentía un profundo cariño y de la que describe en gran parte de su obra, en la misma, nos una imagen de la vida y costumbres de aquellas gentes, en relatos como la fiesta de San Sebastián, Velatorios etc.[1].
Las revistas antiguas son como el pavimento del zaguán de la Casa del Duende: ocultan joyas olvidadas de gran precio. Por ejemplo, en El Artista (1835-1836), se encuentra algún cuento fantástico, así designado, digno casi, por su temática, ambientación y suceso sobrenatural, de ser una leyenda becqueriana, y lo que es más, realizado ya con técnicas prácticamente idénticas a las del gran sevillano que entonces estaba para nacer. No conozco mejor muestra que Beltrán (Cuento fantástico), de José Augusto de Ochoa, cuento fechado en septiembre de 1835 y publicado en el tomo II de la citada revista. Principia y termina el relato con unos apuntes de viaje escritos en primera persona y con cierto tomo de actualidad («En uno de los viajes que hice... pasé la noche en tristes ensueños y al día siguiente continué mi viaje»), merced a lo cual llegamos a sentir algo de la confianza que merece un testimonio directo. El lector del presente volumen verá que tal técnica fue recogida por Bécquer, y las restantes de Beltrán que voy a mencionar también tendrán sus paralelos en las Leyendas. El autor cede la palabra a la señora Remigia, una vieja asturiana conocida en la comarca por sus historias tristes; y en una noche de furiosos vientos, truenos y relámpagos, en una reunión de gente humilde, ante «una abundante lumbrada» en una casa de aldea, Remigia cuenta el horrible castigo del renegado Beltrán. Nosotros no estamos dispuestos a prestar fe a castigos tramados por fuerzas sobrenaturales ni a pensar que un autor culto del siglo positivista creyera en tales fenómenos, pero sí podemos concebir que una narradora campesina y su auditorio también de campesinos fuesen suficientemente ingenuos para aceptar tales cosas, y así, a través de tales intermediarios, se logra ya en las páginas de Ochoa esa fe de segundo grado que será tan determinante para el arte fantástico becqueriana.
Es importante el realismo con que se refieren las circunstancias del narrador viajero de Beltrán y se describe el ámbito en el que escuchamos a la señora Remigia, pero es aún más decisivo el realismo documental con el que se pormenoriza el remoto mundo medieval de Beltrán y todo lo relativo al castigo del renegado, como si con el mismo estilo se nos quisiera decir que sí, que tales cosas pueden suceder. Se trata del realismo épico o realismo de tiempo pretérito que la leyenda decimonónica camparte con la novela histórica romántica. Mas ¿cuál es el suplicio de Beltrán? ¿Y cuál es el motivo de ese suplicio? El noble guerrero asturiano se ha enamorado de una mora, ha renunciado al catolicismo por poder casarse con ella y quiere celebrar su boda según el rito musulmán en la capilla de su castillo ancestral. Toda la naturaleza se revuelve contra tan perversa pleitesía: «Apenas pronunció el fatal juramento cuando negras nubes cubrieron el horizonte, y un trueno horrible resonó sobre sus cabezas e hizo estremecer la tierra hasta sus más profundos cimientos», etc. El castigo en sí recuerda el del burlador de Sevilla y se anticipa al de Félix de Montemar. De uno de los sepulcros de la capilla donde se iba a sancionar el sacrílego enlace, se alza el espectro de «un guerrero con torva vista y gesto amenazador» que arrastra vivo a Beltrán a esa morada eterna. En la escalofriante narración de Ochoa se dan a la vez temas secundarios, ambientes nocturnos, toques descriptivos y material episódico que parecen anunciar leyendas de Bécquer como La cruz del diablo, El monte de las ánimas, La promesa y El miserere. Verbigracia, el amor a la mora afecta de modo tan satánico al antes noble, fogoso y valiente carácter del joven cristiano, que se le ve pálido, desesperado, delirante; se entrega a orgías escandalosas y, como le sucederá al mal caballero y señor del castillo del Segre en La cruz del diablo, se convierte en merodeador asesino de sus propios vasallos.
El relato de Ochoa seguramente sería conocido de Espronceda, quien publicó su famosa Canción del pirata también en El Artista. En cualquier caso, cuando se suspendió la publicación de esa lujosa revista en abril de 1836, Espronceda estaba escribiendo su bello poema sobre el seductor y Anticristo romántico Félix de Montemar. Al título de esta obra maestra -El estudiante de Salamanca-, el gran lírico añade la voz cuento, y no es imposible que para ello recordara el título de Ochoa: Beltrán (Cuento fantástico). Lo cierto